Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1304
Legislatura: 1888-1889 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 18 de febrero de 1889
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 54, 1434-1438
Tema: Ley constitutiva del ejército

Ya me apena menos la obligación en que me creo de dirigir la palabra al Congreso, una vez que no quito el turno al Sr. Romero Robledo. (El Sr. Romero Robledo: Ya hablaré mañana). Por eso he dicho que he visto que no le quitaba el turno, lo cual hubiera sentido, porque yo no quiero nunca contrariar los deseos del Sr. Romero Robledo ni de ningún Sr. Diputado.

Pero todavía me queda una pena, y es, que yo no sé cómo desde hoy me voy a dirigir a los Sres. Diputados. El Sr. Portuondo me ha expedido el título de gracioso. Muchas gracias por su bondad; hasta ahora yo no lo había conocido. Pero entiéndase el señor Portuondo con el Sr. Cassola, que dice que como yo me levanté no fue como hombre gracioso que viene a decir chistes y a entretener a los Sres. Diputados con cosas alegres y divertidas, sino que, por el contrario, en opinión del Sr. Cassola, me levanté airado, iracundo, incomodado. Pues si es verdad que me levanté incomodado, ¿cómo pude estar tan donoso como supone el Sr. Portuondo? No; no me levanté con ánimo de decir chistes; me levanté apesadumbrado porque no quería tomar parte en el debate. Yo me resistía a hablar más de las reformas militares, y ahora voy a hacer una declaración: siento, por deferencia al Sr. Portuondo, haber roto el compromiso que me había impuesto, porque ha resultado lo que yo suponía: que mi discurso ha servido para nuevas rectificaciones que son otros tantos discursos, y para gastar un día más en esto de las reformas militares, cuyo debate, como dije ayer y repito hoy, me tiene hastiado como particular, ya que el Sr. Portuondo ha separado mi personalidad del cargo con que estoy investido, y como Presidente del Consejo; porque, Sr. Portuondo, aunque le parezca a S.S. extraño, también los Presidentes del Consejo, como tales Presidentes del Consejo, se aburren y toman tedio, y se aburren de veras, más que como particulares.

Mucho siento haber referido un cuento, cosa que yo hice creyendo que era de oportunidad; pero a haber sabido que a S.S. le iba a molestar tanto, no lo hubiera referido, porque no era mi ánimo incomodarle ni molestarle en absoluto, ni creía que el cuento le podía molestar a S.S.; pero ha debido molestarle mucho, y ha debido molestar también al Sr. López Domínguez y a los demás señores que han tomado parte en este debate; porque hoy la síntesis de la discusión del día consiste en comentarios sobre el cuento que conté yo anteayer; no era para tanto; lo que hay es que no acerté, por lo visto; yo estaba en efecto molesto, incomodado, y el Sr. Cassola, que por lo visto me conoce tanto, comprendió que yo debía levantarme incomodado, y lo ha creído así; pero por no aparecer incomodado, quise tomar otro tono, más que de incomodidad, de amargura sobre lo que está sucediendo en este debate de las reformas militares. Quiere decir que no acerté, que no he dado gusto al Sr. Portuondo, que tampoco se lo he dado al Sr. Cassola, y mucho menos se lo he dado, por lo visto, al Sr. López Domínguez, como demuestra el final de su discurso. Lo siento, Sres. Diputados; pero no lo puedo remediar.

Y no voy a hacerme cargo de los discretos y la retórica que S.S. ha empleado para comentar lo que ha llamado mis chistes, mis gracias y mis donosuras, no; eso no tiene nada que ver con el debate, y lo que ha dicho S.S. no me ofende y lo doy por no oído.

Con objeto de no entretener mucho a los Sres. Diputados, voy a ir a lo que pudiera llamarse el grano de este debate. En primer lugar, debo decir a S.S. que ese señor con quien habló, que, por lo visto, es uno que viene de nuevo a la política, pero que es un antiguo militar, o no ha leído bien lo que yo he dicho, o ha entendido lo contrario de lo que yo dije; porque lo que yo dije respecto a lo que S.S. ha indicado, lo sostengo; yo dije anteayer, y repito hoy, que la ley de ascensos y recompensas militares puede hacerse independientemente de la ley de reclutamiento y de la ley de división territorial. Si eso cree el amigo de S.S. que es un disparate, lo siento por el amigo de S.S.; pero más que por el amigo de S.S. lo siento por S.S., que no le hizo comprender el error en que estaba. ¿Qué tiene que ver la ley de reclutamiento, ni qué tiene que ver la división territorial que exista, para que haya una buena ley de ascensos y recompensas? Pues eso que dije anteayer, lo repito hoy, con permiso sea dicho de esa capacidad militar a quien le pareció tan mal esto que entonces dije y repito hoy.

Y en efecto, Sres. Diputados, todos hemos convenido en eso; todos, absolutamente todos, hemos convenido en que podíamos sacar como ley el dictamen de la Comisión, dejando para una ley especial lo relativo al reclutamiento, y para otra ley especial lo referente a la división territorial. Eso lo hemos dicho aquí; eso lo ha dicho también el señor general López Domínguez; de manera que, en realidad, el señor López Domínguez ha venido a confirmar exactamente lo que dije yo, y que tanto extrañaba a ese amigo de S.S. De modo, que S.S. le pudo contestar otra cosa que aquello que le contestó. [1434]

Pero vamos a continuar con la cuestión de las reformas militares. El Sr. Cassola supone que yo me hacía el incomodado, porque habiéndome levantado iracundo, después fui, poco a poco, cambiando el tono; y es que S.S. supone que yo me quería hacer el incomodado porque las reformas no salían, pero que, en realidad, yo no me incomodo porque las reformas no salgan. Con este motivo, al Sr. Cassola le chocó mucho, lo mismo que al Sr. Portuondo, que yo dijera que los que creían eso por malicia, más que por malicia lo creían por tontería; porque la malicia significa cierta perspicacia para ver las cosas, y no se necesita mucha para ver que yo he hecho todo lo que he podido hacer, y yo voy ahora, sin vanagloria, a decir qué hubiera hecho nadie en mi caso, para que salgan adelante las reformas militares. ¿Qué quería el Sr. Cassola que hiciera yo para que las reformas militares salieran? El señor general Cassola vino al Ministerio cuando estaban sobre la mesa proyectos de ley de mayor importancia: allí estaba el proyecto de ley estableciendo el Jurado, el proyecto de ley referente al Código civil; el proyecto de ley relativo al Código penal; el proyecto de ley sobre organización de los Tribunales y una porción de proyectos de ley de carácter económico; y sin embargo de esto, así que el Sr. Cassola sacó de la Comisión el dictamen sobre las reformas militares, ¿cuál fue la resolución que yo tomé? Pues imponer a los demás Ministros que dejaran pasar un dictamen que había venido después que otros, a fin de que se diera preferencia al de la reforma militar; con la circunstancia especial que entre los dictámenes que había sobre la mesa había uno que había sido ya discutido y aprobado por el Senado; que esa sola consideración exigía que se le diese preferencia, y a pesar de eso, no quise dársela porque la Cámara se ocupase en absoluto de los proyectos del Sr. Cassola.

Dos legislaturas hemos estado discutiendo el dictamen relativo al proyecto de ley del Sr. Cassola, posponiendo a él todo otro dictamen, por interesante y urgente que fuera; llega esta legislatura, y ¿cuál ha sido el acuerdo? Pues que no se discuta ningún otro dictamen mientras no salga el de las reformas militares. Pero a esto decía S.S.; es que el Presidente del Consejo de Ministros con su habilidad y con su fuerza podía obligar a la mayoría a que salieran pronto, a que se discutieran más de prisa, y si las minorías no quieren, obligar a la mayoría a que se imponga a las minorías. (El Sr. Cassola: Pido la palabra). Señor general Cassola, S.S. es ya ducho en las lides parlamentarias y sabe bien que en los Parlamentos hay cosas que no se pueden hacer por la fuerza, y que los Parlamentos no se dominan ni se mandan como se dominan y se manda una compañía. Yo he hecho en este punto todo lo que podía hacer; porque para discutir más de prisa, para establecer más horas de sesión, para impedir que los Diputados hagan preguntas y hagan uso, que no hacer otra cosa de su iniciativa, es preciso modificar el Reglamento, y ya que no se modifique, porque esto es largo, y porque muchas veces no es necesario más que en circunstancias dadas, es menester hacerlo de común acuerdo entre las minorías y la mayoría, y para eso es preciso que las minorías quieran; pero si las minorías no quieren, y no han querido, porque creen que no ha llegado todavía el momento de mermar ni en poco ni en mucho la iniciativa del Diputado para la fiscalización de los actos del Gobierno, y porque creen que los proyectos de ley que hay pendientes no ofrecen aquella urgencia de gobierno que sería necesaria para una determinación semejante, yo no tengo más remedio que resignarme y dejar que el tiempo haga lo que no se puede hacer en un momento, como S.S. desea. Porque, ¿qué quiere S.S. que yo haga? ¿Que plantee la cuestión en el Parlamento y que la mayoría se imponga a las minorías? Pues eso sería contraproducente; y yo que he oído decir a todas las minorías que no iban a hacer oposición sistemática a las reformas militares, sino a salvar sus ideas con los discursos que tuvieran por conveniente pronunciar, quiero ver si así se aprueban las reformas militares, y no me quiero exponer al peligro de que no se aprueben, como no se aprobarían si la mayoría se impusiera a las minorías; porque, entonces, las oposiciones pedirían todos los días, al abrirse la sesión, que se contara el número de Diputados, no habría enmienda ni artículo que no fuera votado nominalmente, a cada artículo presentarían veinte enmiendas, y sería imposible adelantar un paso en la discusión.

He hecho, pues, lo que podía hacer, y no he hecho más porque no he podido; pues si pudiera haber hecho más, aunque tengo mucho gusto en oír a S.S., hubiera impedido que S.S. hubiera hecho la décima o la undécima edición de su discurso, como yo me veo obligado a repetir la exposición de mis ideas sobre este asunto. Yo hubiera dicho: "amigo Sr. Cassola, puesto que ya nos ha dicho S.S. lo que piensa respecto del particular, el mejor favor que puede hacer es no hablar y dejar pasar las reformas". Si S.S. no me quiere servir en esto, ¿qué medio me queda contra S.S. ni contra los que hacen lo que S.S.?

Por lo demás, ya he dicho que tengo tal interés en que las reformas salgan, que el mayor favor que me pueden hacer S.S. y los demás Diputados que me escuchan, es que contribuyan a que salgan cuanto antes, que se hable lo menos posible, y si no fuera imposible, que lo es, que no vuelva a hablarse más de esto, y que se proceda a la votación. Esta noche puede quedar votado, al menos en mi opinión, y por gusto y por deseo mío.

Pero el Sr. Cassola dice: "ya no me extraña que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros no quiera que las reformas salgan, aunque en apariencia desee que sean ley; porque dada la idea que tiene del ejército y dado que quiere disminuirlo en una mitad, no hacen falta".

En primer lugar, Sr. Cassola, las reformas hacen siempre falta, sea mucho o sea poco el ejército; porque si se hace una ley de ascensos y de recompensas que sea justa, que impida los abusos ministeriales, para tener un ejército y una oficialidad tranquila y satisfecha, y para que sólo se premien los méritos y los servicios, lo mismo será aplicable a un ejército grande que a un ejército pequeño: siempre estará este ejército bien organizado. ¿Quién le ha dicho a S.S. que yo manifesté que no se necesitaba más que la mitad del ejército? Yo no dije semejante cosa, y sobre esto voy a ser muy explícito.

Aquí se quiso hacer entender que con las reformas militares se podía resolver la cuestión económica; que con ciertas reformas militares, al mismo tiempo que hacíamos un bien al ejército, proporcionábamos un bienestar al país, porque la acordar la buena organización del ejército, resolvíamos también la cuestión [1435] económica. Y debatiendo este punto, decía yo: ¡Ah, señores! No hablemos de la cuestión económica al hablar de la organización del ejército; porque si esa organización ha de responder a los fines a que responde la organización de los demás ejércitos modernos, si hemos de tener un ejército organizado como otros de Europa, contentémonos con que la organización no produzca mayores gastos, porque lo que es grandes economías, hasta el punto de resolver con ellas la cuestión económica y la cuestión de Hacienda, eso es imposible. Y entonces decía yo: porque no hay remedio; o grandes economías capaces de hacer desaparecer de nuestros presupuestos el cáncer devorador del déficit, de remediar la situación del contribuyente y de buscar la unidad de la tributación, o poseer un ejército a la moderna; pero las dos cosas a un tiempo, eso, hoy por hoy, no podemos pretenderlo.

Pues qué, señores, ¿es éste un problema planteado sólo en España? No, ciertamente; porque planteado está en todos los pueblos de Europa: o ejércitos a la moderna, lo que hoy se dice la paz armada, o grandes economías. Éste es el dilema planteado en todas partes, el que está ahogando a todos los pueblos de Europa y el que viene también a ahogar al pueblo español. Ahora bien; ¿es que nosotros queremos tener un ejército que responda a los es ejércitos, verdaderamente digno de una Nación que quiere vivir en el concierto de los pueblos europeos? Pues no busquéis economías por el camino. ¿Es que ante todo, queremos resolver la cuestión de Hacienda, cortar de una manera radical y permanente los déficits, y aliviar y favorecer a la agricultura, a la industria y al comercio? Pues hay que prescindir bastante de esos ejércitos a la moderna y de esa paz armada. Éste es le problema que yo iniciaba, que no hacía más que iniciar, porque lo veo planteado ya en otras partes. El Sr. Romero Robledo me preguntó: y el Gobierno, ¿qué piensa? ¡Ah! El Gobierno meditará sobre este punto; porque yo le digo al Sr. Romero Robledo que no sólo tiene que meditar sobre esto el Gobierno español, sino todos los Gobiernos de Europa; porque la verdad es que la Europa se va arruinando, y no parece sino que dentro de poco se van a convertir todos sus ciudadanos en soldados o emigrantes.

Pero si queremos estar atentos a las eventualidades del porvenir; si queremos que los sucesos que puedan ocurrir en Europa no nos cojan desprevenidos; si queremos estar armados, aunque no sea más que para defender nuestra neutralidad y tener los medios necesarios para defender nuestras colonias, no hay que hacerse ilusiones ni dejar en ellas mecerse al país; no se pueden hacer grandes economías, y gracias que no se haga mayor gasto. Porque ¿qué me importa a mí, Sres. Diputados, que examinando muy detenidamente los presupuestos de cada Ministerio y castigándolos mucho, mucho, podamos llegar a una economía, que por el estudio prolijo que yo he hecho de los presupuestos, dificulto que pase de 12 ó 14 millones de pesetas? Eso no resuelve la cuestión.

Pero es más; vamos a llegar a 20, a 25 millones de pesetas, estrujando el presupuesto, perturbando algunos servicios, dejando de hacer cosas útiles y de urgencia; vamos a llegar a esa cifra, y ¿qué nos importa, si el establecer un ejército a la moderna nos obliga a gastar inmediatamente el importe de esas economías? Porque no basta que un ejército esté bien organizado bajo el punto de vista de su situación, de sus unidades tácticas, de la proporcionalidad en sus distintas armas, etc., etc., no; es necesario, además, que esté, por lo que se refiere a su armamento, en las mismas condiciones que los demás de Europa? (El Sr. Cassola: Ése es un factor común que hay que eliminar de la comparación). ¡Ah! está bien; ahora sé yo que hay que variar todo el armamento del ejército español.

(El Sr. Presidente de la Cámara pregunta al Congreso si se prorroga la sesión, lo que así se acordó).

Ya sé yo que esto es común a todas la organizaciones; pero por eso digo que cualquiera que sea la que demos al ejército, no se pueden evitar esos gastos, si se la hemos de dar a la moderna. Ahora, que por la organización de S.S., en adelante, con el tiempo, con la facilidad de las licencias, se podrá obtener economía; pues esa economía, Sr. Cassola, es pequeña, en mi opinión, en comparación de los gastos que exige su planteamiento, sobre todo para el arreglo de nuestra Hacienda, que es el punto de vista bajo el cual he considerado la reorganización militar. Ya podremos conformarnos con que no empeore su estado; pero en nada alivia la suerte del labrador, ni mejora el sistema de tributación.

Todas las economías que aquí nos indicó el señor Cassola, repito que pueden hacerse, si no todas, en su mayor parte, lo mismo con una organización que con otra, que con la que hay; porque, en último resultado, fuera de la que pueda obtenerse con la división regional de las fuerzas armadas, que podrá llegar a 3 ó 4 millones que no resuelve la cuestión. La nueva organización del Ministerio de la Guerra, por ejemplo, ¿quién dice a S.S. que no se puede hacer ahora misma con la autorización que hay en los presupuestos para modificar la ley orgánica del ejército? Lo que no creía yo que podíamos nosotros hacer era una nueva ley orgánica de reformas militares cuando estaba pendiente de discusión de la Cámara; en esto me inspiré en las opiniones de todos los hombres políticos de importancia, y todos convinieron en que era un atentado a la prerrogativa parlamentaria, y yo estaba en la idea de que el Parlamento, por el respeto, respeto debido, que el Gobierno había tenido a sus prerrogativas, no dificultaría la aprobación de este proyecto. No hablemos, pues, de economías.

Voy a la fórmula de conjunción. Por lo visto, ya han convenido, porque antes el Sr. López Domínguez no estaba conforme con muchas de las cosas que contenía la reforma del Sr. Cassola, pero por transacciones y por patriotismo han convenido SS. SS. Veamos en qué han convenido. Servicio general obligatorio: está conforme el Sr. Cassola; estaba conforme la Comisión y estaba conforme el Gobierno. División territorial: conforme el Sr. López Domínguez; conforme el Sr. Cassola; conforme la Comisión, y conforme el Gobierno. Su presión del dualismo en tiempo de paz y en tiempo de guerra: conforme el Sr. López Domínguez; conforme el Sr. Cassola; conforme la Comisión, y conforme el Gobierno. Proporcionalidad para el generalato: conformes todos. Unidad de procedencia: conformes todos. Término de la carrera en coronel: conformes todos. ¿En qué está la diferencia? Pues votar el dictamen. (El Sr. Cassola: Por mi parte, desde luego. -Varios [1436] Sres. Diputados: A votar). Pues que el Sr. Portuondo, que es el que ha apoyado la enmienda, empiece por retirarla, porque se separa de estos puntos, y vamos a votar el dictamen. (El Sr. Portuondo: Retirad el dictamen a que la enmienda se refiere). ¡Pero si la enmienda no dice nada de eso en que han coincidido los Sres. Cassola y López Domínguez! ¿Cree el Sr. Cassola que la enmienda expresa bien ese pensamiento en que SS. SS. han coincidido? (El Sr. Cassola: Lo que hay es falta de expresión en la enmienda. -El Sr. Romero Robledo: Estando todos de acuerdo menos yo, puede aceptarla el Gobierno). Tenía razón el señor Cassola: no nos entendemos; pero no es por falta de la Comisión y del Gobierno, porque ahora resulta que uno de los firmantes de la enmienda no está conforme con ella. (El Sr. Romero Robledo: No estoy conforme con ninguno de los comentarios que han puesto a la enmienda, pero estoy conforme con su letra; así es que me alegraría de que la Comisión la aceptase, para tener el gusto de estar de acuerdo con el señor Cassola, con el Sr. López Domínguez, con la Comisión y con el Gobierno). Luego la enmienda niega en absoluto los puntos de coincidencia de los Sres. López Domínguez y Cassola, porque si no, el Sr. Romero Robledo, no la aceptaría; la cosa es clara. No hay que andar con sutilezas ni con distingos.

El dictamen de la Comisión encierra los principios en que han coincidido los Sres. Cassola y López Domínguez, y por tanto, SS. SS. están en el deber de votar el dictamen y de retirar la enmienda que contaría esos principios. ¿En qué quedamos? ¿Se dice una cosa y se hace otra? (El Sr. Romero Robledo: Admitid la enmienda). Pero eso sería irnos con la opinión de S.S. y no con la opinión de los Sres. Cassola y López Domínguez. (El Sr. Romero Robledo: Eso sería poner a prueba la opinión de S.S.) Para abreviar, es necesario facilitar el camino. ¿Queréis que en efecto no haya dualismo ni en paz ni en guerra, que la carrera termine en coronel, la unidad de procedencia y la proporcionalidad al generalato? Todo eso está aquí (Señalando al banco de la Comisión). ¿Queréis eso? Pues tenéis que votar el dictamen, y para votar el dictamen, tenéis, antes que todo, que retirar la enmienda que no dice eso; pues de lo contrario, va a resultar aquí una grandísima anomalía: que estéis de acuerdo en un punto y que votéis el punto contrario. Planteada la cuestión de esta manera, ya nada tengo que decir sobre ella. Y voy a ocuparme ahora un poco de lo manifestado aquí esta tarde por el señor general López Domínguez.

Ya por fin reconoce algo el señor general López Domínguez; y por fin reconoce el señor general López Domínguez que el partido liberal ha hecho algo; pero todavía no está satisfecho de lo que ha hecho el partido liberal, porque la agricultura no mejora, porque la industria no florece, porque el comercio no prospera, porque hay miseria, porque la clase trabajadora no lo pasa bien. ¿Es que también de eso va a hacer responsable S.S. al partido liberal, mejor dicho, no al partido liberal, porque él no tiene la culpa de la mala dirección que se le imprime, sino a mi mala dirección? Pues qué, ¿están mejor la agricultura, la industria y el comercio en otras partes y en otros países? Pues qué, ¿no sabe S.S., que sabe tantas cosas, que si aquí están mal la agricultura, la industria y el comercio, es debido a una crisis general, crisis general que depende en parte, quizá, de alguna cosa que se ha dicho aquí esta tarde? De manera que por eso resulta que todos los hombres políticos que dirigen partidos y gobiernan en otros países, son tan malos como yo. Por lo visto, no voy en mala compañía; porque todos ellos tienen mucho que sufrir por la cuestión agrícola y por la cuestión económica de su país, y todavía tienen que sufrir bastante menos que sufre el Gobierno español, y bastante menos que sufro yo.

Pero dice en seguida el Sr. López Domínguez: esto no va bien, y la prueba es que no hay más que ver esto: hemos llegado a la cuarta legislatura, pero ya no hay vigor, no hay fuerza, hay una atonía desesperante. ¿Atonía llama S.S. a esto? ¿Dónde está ni cuál es la atonía que hay aquí? ¿Acaso en tiempos normales y en épocas tranquilas hay más vida, más vigor, más entusiasmos en otros Parlamentos? ¿O qué quiere S.S.? ¿Es que S.S. no está contento si no ocurren aquí todos los días sucesos como los de Roma, huelgas como las de Bélgica, sesiones parlamentarias tumultuosas como las de Francia, o acontecimientos como los de Irlanda? ¿Le parece eso mejor a S.S.? Pues a mí no; y cunado he recorrido algunos países extranjeros, y he asistido a sus Parlamentos, he visto que sucede en ellos lo que sucede aquí. (Bien, muy bien). Que cuando hay tranquilidad, cunado no hay emociones, cuando no hay cuestiones que apasionan, los Parlamentos tiene más atonía, menos entusiasmo, menos energía, menos actividad que la que hoy tiene el Parlamento español; y yo decía: ¡qué felices son! ¡Ojalá pasara eso en i país!

No tiene, pues, S.S. motivo, ni disculpa, ni razón ninguna para ocupar la posición que tiene; diga de una vez que no quiere venir al partido liberal porque no quiere; pero no ande buscando razones que no están en apoyo de su conducta.

Que yo dije que S.S. había maltratado a los hombres civiles y que S.S. me interrumpió diciendo: en cambio S.S. maltrata a los militares. No; yo no dije que S.S. hubiera maltratado a los hombres civiles; lo que dije fue, que S.S. es tan descontentadizo, que no encontraba hombres civiles que le sirvieran, lo cual no es lo mismo. Yo no sólo no he maltratado a los militares, sino que he encontrado muchos que me sirvan, que me han servido muy bien, que sirven a su país perfectamente y que le seguirán sirviendo en lo sucesivo; y lo que yo siento es que S.S., militar, no me sirva también, porque a mí me serviría muy bien. De manera que, lejos de maltratarle, lo que deseo es tenerle a mi lado; y yo no quiero tener a las gentes a mi lado para maltratarlas, sino para tratarlas con la consideración que merecen y con el cariño a que la gratitud obliga. Yo no he dicho que S.S. haya maltratado a los hombres civiles; pero por lo visto, no tiene S.S. gran idea de ellos, cuando ninguno le sirve, ni le han servido los muchos a cuyo lado se ha encontrado S.S., porque todavía anda, como dije el otro día, buscando como Diógenes con la linterna uno que le sirva. Eso no es maltratar a los hombres civiles, pero no es tener buena idea de ellos; yo, por el contrario, no sólo trato bien a los militares, sino que al que no está a mi lado le busco y hago todo lo posible para que a mi lado esté.

Haga S.S. eso con los hombres civiles, y no se encontrará, no digo en la soledad en que está, que su señoría está bien en todas partes aunque esté solo, pero estará más acompañado. [1437]

Su señoría ha referido un hecho como aplicado a mi persona y a mi consecuencia política, y me va a permitir que no entre en ese debate y que no examine aquellos sucesos? (Un Sr. Diputado: ¡Ya lo creo!).

¿Qué es eso de ya lo creo? No los quiero examinar porque no está aquí la persona con la cual traté yo las condiciones y los medios de mi apoyo; y como no está aquí ni puede estarlo porque, desgraciadamente para su familia y el país, ha desaparecido de entre los vivos, no puedo entrar en esa cuestión. Básteme decir al Congreso que acordé darle mi apoyo condicionalmente.

Y no tengo más que decir sobre este particular.

(Muestras de aprobación general). [1438]



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